Llevar su apellido en Aimogasta, esa pequeña localidad riojana, siempre fue un reto para Miguel Nucete. José, su padre, levantó paso a paso lo que se convirtió en un imperio familiar y reinó en el negocio de las aceitunas. Fue el alma del lugar. Es que desde su llegada al país, José y su hermano Manuel descubrieron primero en Mendoza y luego en La Rioja óptimas condiciones para el olivo y se dedicaron a esa industria.

Como empresa, Nucete nace en 1947. Al principio eran aceitunas que vendían a granel al líder de la época, la firma Del Bono de San Juan, que luego se fue a la quiebra. En ese momento, Nucete comenzó a vender en frascos. Y en lo que fue un proceso que era costoso en lo económico y difícil en lo técnico, mejoró las plantas para darle a las aceitunas el sabor de la conocida como mediterránea, apetitosa y nutritiva. Incursionó en el aceite de oliva.

Pese a los ciclones económicos, que barrieron del mapa a algunos de sus mejores clientes como El Hogar Obrero o la hiperinflación, Nucete creció exponencialmente. Llegaron a 2.500 empleados, cuatro plantas industriales y oficinas comerciales en casi todo el mundo.

Reconocido en España y Grecia​

En España y Grecia, cuna del olivo, Nucete era reconocido. Pero la separación de los hermanos José y Manuel en el manejo de la empresa, una expansión apalancada en deuda de corto plazo y el atraso cambiario entre 2010 y 2014 más las deudas impositivas los fueron asfixiando.

El golpe de gracia fue cuando Brasil, en represalia al cierre de importaciones desde Argentina, cerró el ingreso de aceitunas.

En 2014 José decidió vender la empresa al grupo Mattar-Manzur, del actual Jefe de Gabinete y por entonces ministro de Salud de Cristina Kirchner. José Nucete no pudo sobrevivir a esa decisión. Un ACV lo afectó de inmediato y murió dos años después, a los 86.

Su hijo Miguel dice a Clarín: “Mi padre se la vendió a Manzur porque no le quedó otra opción. Su bronca fue desprenderse de su empresa a manos de un político después de que se hundiera por culpa de sus malas políticas”.

A esa altura Miguel ya había dejado la empresa familiar y también Aimogasta. Su primer emprendimiento fue una firma de servicios de compra para las localidades del interior. La llamó Buenos Aires aquí y se ocupaba de encontrar desde repuestos para tractor, zapatillas, remedios y hasta libros para la universidad para los que viven lejos. Escaló de tal manera que, ante el dilema de seguir creciendo o vender, se inclinó por la última opción.

La opción Brasil

En eso, los clientes de Nucete de Brasil le dijeron que faltaban quesos. Y lo sintió como un llamado. Alquiló una planta en la bonaerense Lincoln hizo acuerdos con 14 tamberos de punta de las holando y apostó decididamente a los quesos gourmet. Se especializó en los que requieren estacionamiento como el parmesano que precisa entre 8 y 12 meses. También en sardo, provolone y reggianito.

Vueltas de la historia, el grueso de su facturación, de unos US$ 5 millones, se origina en Brasil, a tal punto que cuenta con filial en Florianópolis. Miguel, 55 años, contabiliza 30 empleados y una planta y tambo propio en Vedia, provincia de Buenos Aires.

Y creo su marca esta vez sin el apellido. Le puso Migue. Elabora 36 variedades de quesos entre duros, semiduros y especialidades, obtiene 24 mil litros de leche que se procesan diariamente para obtener 2.400 kilos de quesos. Su estrategia se basa en la venta de manera directa. En Brasil están agregando valor con el trozado de las hormas, rallado y porcionado de los productos.

Ahora busca ampliar su canasta con manteca, crema y dulce de leche. Y ya tiene contratos de exportación a Perú y EE.UU.

Cuando se le pregunta cuál es su principal temor, elige dos, el cierre de los mercados y el atraso cambiario.