Mientras el Gobierno nacional se pelea con las organizaciones piqueteras por la administración de los planes sociales, la Argentina ofrece situaciones curiosas como las dificultades para conseguir gente que quiera trabajar. Pasa en muchos rubros. Gastronomía, hotelería, comercio o cualquier oficio de la construcción.
Si bien puede haber diferente motivos, los subsidios que otorga el Estado son uno de los principales. Se puede discutir esta idea desde lo teórico o lo ideológico, pero no hay nada más contundente que los casos reales. Ante la evidencia empírica, el debate académico queda de lado.
Carlos tiene 51 años. Nació en Colombia, pero desde el 2002 vive en la Argentina. Cuando llegó al país lo hizo en una situación de extrema fragilidad. Viajó en micro a Retiro desde Bolivia y durante un mes vivió gracias a la caridad de una iglesia próxima a la estación. Con esfuerzo, fue construyendo su vida y, desde hace cinco años, tiene un taller de chapa y pintura en la localidad bonaerense de Pilar.
El espacio que alquila tiene un lugar pensado para un lavadero de autos que, en todo este tiempo, funcionó de manera esporádica. Hace dos meses que está cerrado. La causa: no consigue empleados.
“Mi trabajo principal es el de chapa y pintura, pero los clientes me preguntaban por qué no abría el lavadero de autos. Lo abrí y lo cerré varias veces porque los muchachos que vienen trabajan unos días, algunas semanas, y se van. No es tan difícil lavar un auto, pero algo hay que aprender. A cada uno que viene le tengo que dedicar un día para mostrarle cómo es el trabajo y si después dejan de venir, tengo que empezar de nuevo y es agotador. Como que les cuesta entender lo que tienen que hacer o no ponen ganas. Hago el esfuerzo para enseñarles y no hay caso. No tengo más remedio que cerrarlo porque no puedo desatender el taller”, comentó.
En alguna oportunidad lo manejó él, otra vez lo hizo su esposa y hasta llegó a subalquilarlo. El resultado fue siempre el mismo: la dificultad de conseguir mano de obra.
“Lo que me muestra la experiencia es que no hay cultura del trabajo y gran parte se debe a los planes sociales. Vienen unos días y se van. Les pedís que lleguen temprano y no lo hacen. Como saben que cobran un plan, trabajan los días necesarios para comprarse algo y dejan de venir” explicó.
“Yo les digo que el plan está bien, que es una ayuda, pero si se esfuerzan van a poder tener un ingreso más y mejorar su vida. La mayoría de los que vienen son jóvenes, pero tienen familia, hijos, y le digo que lo hagan por ellos, pero no hay forma. Juntan unos pesos para comprarse unas zapatillas y desaparecen. No logran sostener un trabajo en el tiempo”, señaló.
A la falta de incentivo para trabajar que genera cobrar un subsidio, Carlos le suma el problema de la droga: “Después de la cuarentena se alborotó todo. Antes había, pero ahora se nota más. Los ves y te das cuenta de que tienen problemas de adicción. Soy colombiano y sé muy viene lo que es eso. A mí no me la van a contar. La droga y el alcohol están muy metidos en los jóvenes. Muchas veces, lo que cobran del plan es para consumir”.
Más allá de lo que puede representar económicamente la ayuda social, los ingresos que pueden tener en el trabajo en el lavadero no son bajos en el contexto argentino.
“Yo les pagaba $3.000 por día, de lunes a sábado. No es poco plata. Son más de $70.000 por mes. A eso hay que sumarle la propina que no es poca porque la gente que venía a lavar el auto es de buen poder adquisitivo. Pese a eso, no se quedaban. Está muy complicada la situación” admitió.
Con el taller de chapa y pintura la situación es un poco mejor, pero no tanto: “Tengo cuatro o cinco empleados. También es difícil retenerlos. El más antiguo está desde hace un año. El trabajo se paga por paño y ganan de piso de unos $35.000 semanales. Alguno llega a $50.000. Los multiplicás por cuatro y es buena plata. Sin embargo, es difícil conseguir mano de obra, finalizó.”