Javier tiene una agencia de lotería. Está acostumbrado a convivir con el azar, pero, desde hace poco más de 20 días, la fortuna no está de su lado.

A sus 50 años, está viviendo una experiencia que no imaginaba: la de tener un hijo que decidió irse del país.

“Es muy duro despedir a un hijo que se va del país. Es duro para mí, para su familia. Es muy doloroso” dijo a un medio local, con una voz que delataba su emoción, desde el local donde vende lotería.

Matías, con 24 años, se cansó de esperar. Técnico en gas y petróleo, no lograba conseguir un trabajo estable en esa zona, tan próxima a Vaca Muerta y rodeada de pozos petroleros.

No me dio tiempo a nada, a hacerme a la idea. Un viernes sacó el pasaje y el lunes ya estaba subido al avión

“No es fácil entrar a una empresa  El sindicato y sus recomendados tienen prioridad. Javier estaba esperando que le confirmaran un puesto. Cuando se cayó, no lo dudó. Me dijo que se iba a probar suerte en el exterior. No me dio tiempo a nada, a hacerme a la idea. Un viernes sacó el pasaje y el lunes ya estaba subido al avión” contó Javier.

Reconoce que no le puede reprochar nada. “Es una sensación de dolor muy fuerte, pero no hay motivos para retenerlo. ¿Qué futuro tiene acá? Lamentablemente, a los hijos hay que dejarlos volar”, comentó. 

Javier reconoce que está impresionado por el éxodo de argentinos. No sólo es el caso de su hijo: “Es increíble la cantidad de chicos que se están yendo. Y no tan chicos. Muchos amigos de Matías ya lo hicieron. Uno a Alemania, otro a Inglaterra, otro a no sé dónde. Se van los que tienen capacitación, los que están preparados. Se quedan los L-Gante. Ese es el modelo cultural”.

Matías está en Estados Unidos. Cuenta Javier que está contento, entusiasmado. El problema son los que se quedaron.

“Perdí a mi mamá el año pasado por covid. Mi viejo se quedó sólo y somos una familia muy unida. Tengo otro hijo, terminando odontología, y una hija en el final del secundario. Somos de esas familias que se juntan los domingos para almorzar. Estos últimos domingos fueron muy duros. Matías ya no está y mi viejo, que está grande, está muy triste. Cuando se fue me dijo que ya no iba a volver a ver a su nieto. Eso me partió”, narra.

Trabajador de sol a sol, Javier pertenece a esa clase media que, hasta hace un tiempo, podía darse un gusto.

“Con mucho esfuerzo, podíamos hacer un buen viaje cada tanto. Me fui a Europa, pero ahora es imposible. No puedo ir a visitar a Matías. Está muy lejos. Es muy caro. Eso también te pone peor. Aunque hablemos todos los días, no es lo mismo”, se lamentó.

Por ahora y por un largo tiempo, la imagen que tendrá de su hijo es la de la dura despedida en el aeropuerto. “Fue terrible”, comenta.

Su preocupación no termina ahí. Ahora piensa en sus otros dos hijos. “El que estudia odontología, no sé. Acá puede trabajar bien. Económicamente, no tendría que estar mal. La nena es otra cosa. Si el hermano se afianza en Estados Unidos ya me dijo que ella se va también. No tengo palabras para explicar lo que siento”, dice con dolor.

Esto lo hace reflexionar sobre la Argentina: “Hace rato que estoy enojado con el país. Tendríamos que estar en una posición mejor, pero que se esfuerza no tiene premio. Y estas son las consecuencias”.