Este 12 de septiembre María Soledad Morales hubiera celebrado sus 50 años. Pero en 1990, dos días antes de cumplir los 18, la encontraron asesinada y con signos de haber sido violada en un basural. Hubo dos juicios por el caso, incontables irregularidades, testigos falsos y la complicidad de los políticos para garantizar la impunidad de los responsables del crimen atroz de una adolescente que sacudió al poder en Catamarca y marcó un antes y un después en la historia policial argentina.

A 33 años del femicidio de María Soledad, Marilyn Varela, compañera de la escuela y una de sus mejores amigas, la recordó en diálogo con TN: “Ella era una adolescente llena de vida, energía y deseos de vivir, como cualquiera de nosotras. Transitamos juntas todo el secundario y, paradójicamente, unos meses antes de egresar, le truncaron la vida y cambiaron la nuestra”.

María Soledad tenía 17 años y el 7 de septiembre de 1990 fue la última vez que la vieron con vida. Había ido a un baile con sus compañeras por la elección de la reina del estudiante, cuya recaudación iban a usar para pagar los gastos del Viaje de Egresados de las cinco alumnas del curso que no lo podían costear. Una de esas cinco chicas, era ella.

La última noche de María Soledad
“Esa noche ella conversó con un grupo muy reducido de compañeras y desnudó su corazón mientras cortábamos y armábamos las flores para el baile”, recordó Marilyn, y agregó: “Nos contó que estaba enamorada y sufría por esa relación. Algo que nos conmovió y movilizó mucho”. La persona de la que se había enamorado María Soledad era Luis Tula, un hombre 12 años mayor que ella, casado, que al principio de la relación le había ocultado su estado civil.

“Fuimos al boliche juntas y estuvimos en contacto hasta las 3 de la mañana”, precisó la amiga de la víctima, tras lo cual resaltó: “Esa fiesta que se llamó increíblemente ‘La noche de la Sorpresa’, fue terrible en todos los aspectos, tuvimos muchos inconvenientes como organizadoras: apagones de luz, problemas con los auspiciantes… en fin, de todo un poco”. Pero para lo que ninguna de ellas podía estar preparada era para el horror que iba a salir a la luz pocas horas después.

A Marilyn y a Sole, como le decían todos, les había tocado estar en la puerta del salón a cargo de la caja, cobrando las entradas. Cuando se cortó la luz, contó la amiga, ella entró para ver qué había pasado y, al salir de nuevo, María Soledad ya no estaba.

En ese momento no lo sabían, pero Tula había pasado a buscar a la adolescente y la convenció de acompañarlo a un boliche que estaba de moda sobre la ruta 1. En ese lugar, según consta en la causa, se la “entregó a sus asesinos”. “Cuando el lunes recibimos la terrible noticia de su muerte no pude evitar revivir todos los momentos de esa noche”, evocó Marilyn.

El horror después del horror
María Soledad nunca volvió a su casa aquella madrugada. Más de 48 horas después, un grupo de obreros de Vialidad la encontró asesinada, violada y mutilada, en un chiquero a la vera de la ruta 38, en Catamarca.

Su cuerpo gritaba los ultrajes que había sufrido. 
La quemaron con cigarrillos, le fracturaron a golpes la mandíbula y le aplastaron el cráneo con una piedra. Su papá, Elías Morales, fue quien tuvo que enfrentar esa imagen imborrable y apenas la reconoció por una pequeña cicatriz que tenía en la muñeca. Le faltaba un ojo, las orejas y su cuero cabelludo había sido arrancado de cuajo.

El crimen de la adolescente no fue calificado como un femicidio, porque el término aún no existía en los ‘90. No había cómo designar el homicidio de una mujer por su condición de tal, así como tampoco se pudo nunca saber con exactitud las características del asesinato del que había sido víctima porque hubo un pacto de silencio inquebrantable que perdura hasta el día de hoy.

“Todo fue mal barajado y creo que intencionalmente desde un principio”, afirmó Marilyn Varela en diálogo con este medio. “Cuando fui a despedir sus restos, pasé por el lugar que la encontraron. Fue como 24 o 48 horas después, y todavía estaba ahí la piedra triangular con sangre de Sole y cabello”, apuntó la amiga de la víctima.

Y completó: “Yo lo levanté en mi inocencia de adolescente de 17 años y hasta pensé en llevárselo a la Virgen del Valle como ofrenda para que se hiciera Justicia, recién en ese momento se acercó un policía y me dijo que dejara las cosas en su lugar”.

Marilyn fue testigo así de una de las tantas irregularidades que se cometieron para desviar la investigación y encubrir a los asesinos de su amiga. El propio jefe de la policía, Miguel Ángel Ferreyra, ordenó que lavaran el cuerpo, eliminando así pruebas fundamentales. Más tarde, entre muchos otros descubrimientos estremecedores, se revelaría que era el padre de uno de los homicidas.

Las sospechas fueron inevitables: el poder provincial estaba involucrado y protegía a los autores del asesinato, a quienes desde ese momento los medios rebautizaron “Los hijos del poder”.

Contra todos los obstáculos, la investigación avanzó y se logró reconstruir que a María Soledad aquella noche le dieron bebidas y drogas y se la llevaron a un hotel. Fue allí donde abusó sexualmente de ella un grupo de entre dos y cuatro sujetos, entre ellos Guillermo Luque, hijo de un diputado nacional. Antes de las 6 de la mañana del 13 de septiembre de 1990, una sobredosis terminó con el calvario de la víctima.

El despertar a otra realidad
Ni Marilyn ni muchas de las jóvenes que estuvieron con María Soledad Morales hasta apenas unas horas antes de que fuera asesinada pudieron declarar en ninguno de los dos juicios que se hicieron por el caso. No dieron testimonio, pero no porque no quisieran hacerlo, sino porque la Justicia no las citó.

“No me llamaron a declarar porque desde un primer momento todo se hizo mal. Los artilugios de encubrimiento ya estaban en marcha”, sostuvo Marilyn. Enseguida aclaró que tanto como ella como las demás “siempre estuvieron dispuestas” a declarar. Pero eso, en su caso, nunca sucedió.

“Sole para nosotras fue el despertar a una realidad muy dura”, manifestó, y subrayó después: “Nunca volvimos a ser iguales desde ese momento. Aprendimos que en el mundo existe la maldad y la miseria humana, aprendimos también de amor y de coraje”.

El grito incesante del silencio
Entre toda esa mezcla de sensaciones, entre la bronca, el dolor y la impotencia, fue que nacieron las Marchas del Silencio como un modo de protesta. Un reclamo silencioso y ensordecedor a la vez de justicia.

Las compañeras de María Soledad, con sus 17 años, se animaron a salir a la calle acompañadas por la monja Martha Pelloni, rectora del colegio al cual asistían, y marcharon por primera vez el 14 de septiembre de 1990. A esa marcha le siguieron otras 66, y la modalidad se extendió rápidamente por todo el país.

“Aprendimos de lo importante que es involucrarse y no ser indiferentes ante el dolor ajeno. Aprendimos el valor de buscar Justicia… una Justicia que lamentablemente nunca llegó, porque una justicia a medias no es justicia”, expresó Marilyn sobre el cierre de la entrevista con TN.

“Nuestra lucha no consiguió el objetivo, pero fue ejemplo y antecedente para muchos”, dijo por último, y concluyó: “No tenemos miedo, ni lo tendremos jamás, porque todo lo que se hizo, se hizo con y desde el corazón, y esa fue nuestra gran arma”.

Los juicios, el escándalo
Hicieron falta dos juicios para que los únicos dos acusados, Luque y Tula, fueran condenados a 21 y 9 años de prisión respectivamente. En el primero de los debates, TN detectó una señal casi imperceptible, una negativa de uno de los jueces, Juan Carlos Sampayo, a su colega María Azar, cuando se decidía la validez de un testimonio. El presidente el tribunal pidió que se suspendieran las transmisiones, pero finalmente el juicio se anuló.

En el segundo debate, Guillermo Luque fue declarado culpable por la violación y homicidio de María Soledad. Le dieron 21 años de prisión el 28 de febrero de 1998 por la “violación seguida de muerte agravada por el uso de estupefacientes”, de la adolescente. Solo estuvo preso 14 años. Salió de la cárcel de Catamarca en abril de 2010, bajo “libertad condicional” por “buena conducta”.

Luis Tula fue sentenciado como “partícipe secundario” del crimen a 9 años, pero terminaron siendo 4 años y medio. En la cárcel estudió Derecho y se recibió de abogado penalista. Tanto él como Luque, nunca se fueron de Catamarca.

El alegato final del fiscal del juicio, Gustavo Taranto, fue una pintura dolorosa y contundente de la brutalidad del crimen que cambió para siempre la historia de la provincia: “María Soledad nos dice ‘me drogaron, y yo no quería’… Y yo le creo. Nos dice ‘me violaron, y yo no quería’… Y yo le creo. Nos dice ‘esa persona me golpeó y tragué mi propia sangre’… Y yo le creo. Porque María Soledad no tiene razones para mentir”.