“Los compañeros” quieren deshacerse lo más rápido posible de la figura de Alberto Fernández y de lo que provocó en el relato kirchnerista. Desde el Instituto Patria, Cristina Kirchner le marcó la cancha a Axel Kicillof y a Ricardo Quintela, postulantes que trabajaron para auto candidatearse a la presidencia del PJ.
El peronismo continuará su derrotero, camino, sendero, búsqueda o como cada cual pretenda calificarlo de la mano de Cristina Fernández de Kirchner. A partir del mes de noviembre, cuando se deban renovar las autoridades del Partido Justicialista, Wado De Pedro será el presidente a nivel nacional en reemplazo del ya renunciado y futuro condenado Alberto Fernández, quien ya está siendo sentenciado no sólo por la opinión pública sino por el resto de “sus compañeros” que quieren deshacerse lo más rápido posible de su figura y de lo que provocó en el relato kirchnerista.
“Lo quieren dejar solo no sólo porque odien sus formas o procesos, sino para aislar el tumor y volver a la normalidad”, le confesó ayer a MDZ un importantísimo integrante de su gobierno que aún participa de las discusiones de más alto nivel en la que sólo se sientan un puñado de dirigentes.
La escena del miércoles en el Instituto Patria en la que Cristina Fernández de Kirchner copó el centro de la escena vale más que mil palabras. Ella estuvo rodeada por La Cámpora y Axel Kicillof. El sector que reconoce a Máximo Kirchner como jefe está más que enfrentado con el gobernador. Ella, en definitiva, es la que ordena.
La ausencia de gobernadores o de legisladores, la mayoría extenuados de una larguísima sesión en Diputados, no puede esconder lo más trascendente. Que ella pretende resguardar la decisión final en la Provincia de Buenos Aires, su nuevo lugar en el mundo tras la fuga política que hicieron tanto ella como su hijo de Santa Cruz, provincia que los hizo presidentes y dueños del poder nacional por dos décadas.
Mientras esto sucede, la mayoría de los intendentes le piden a Kicillof que deje de ser un partícipe necesario del futuro y que ejerza un nuevo rol. “Axel no va a romper ahora porque lo empujen a hacerlo”, dicen cerca de él. ¿Querrá decir que en algún momento lo hará? Este interrogante no tiene respuesta exacta.
En este sentido, uno de sus contadísimos funcionarios políticos tiene fe que sí lo hará. Pero entiende que el momento no es el adecuado. “Sería provocar otra crisis dentro del Titanic”, graficó. Esperanzado, observa que la actitud del gobernador al no desmarcarse absolutamente de Cristina y de su hijo tiene más que ver con un proceso de “acumulación” que le servirá para cuando sea necesario. Esperanzas de un futuro mejor.
Mientras esto sucede, puertas adentro, la disputa entre camporistas y kicillofistas crece y ya no importan ni las formas. Algunos aducen que “todo lo empezó” el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, al querer armar su propia línea interna en los distritos administrados por los allegados a Máximo. Toda una herejía para el peronismo tradicional, que no convalida que “se pisen los territorios entre pares intendentes”.
La respuesta no solo fueron los desaires públicos y privados de Mayra Mendoza, la jefa comunal de Quilmes que no sólo ninguneó a Kicillof en un acto público sino que le endilgó a su vecino de Avellaneda ser un “cagón”, acusación que, afortunadamente, Ferraresi dice que jamás escuchó, aunque todos sus colegas le ratificaron que sí existió.
Ahora se agrega un reclamo por carta expresado por Mendoza y su par de Lanús, Julián Álvarez, quienes por carta le exigen al gobernador que arbitre una compensación para sus municipios por la operatividad del puerto de Dock Sud, del cual sólo recibe una compensación impositiva el municipio de Avellaneda. Los intendentes pueden discutir de política, pero se matan cuando es cuestión de plata, por lo cual, nadie supone que esta nueva controversia pueda zanjarse con calma.
Un claro ejemplo de la dificultad que tiene el gobernador bonaerense en conducir el proceso de reconstrucción del peronismo kirchnerista se centra, fundamentalmente, en su propia figura, que descree no solo de un proyecto más colectivo que el que le provee su concentrado equipo de trabajo. Si bien las experiencias con aliados le dieron la razón, los intendentes vuelven a reclamarle un acto de apertura personal y política.
En otro momento histórico, inclusive con Daniel Scioli, y al extremo con Eduardo Duhalde, el último bonaerense, los jefes territoriales que se acercaban a La Plata para firmar un convenio o un acuerdo monetario eran tratados como reyes. Eran oportunidades que se aprovechaban para conocer cómo iban las cosas, ponerse al día e intimar, inclusive, en cuestiones más mundanas como el fútbol u otros temas que hoy son de una peligrosa actualidad.
“A Axel no le gusta, se aburre”, exclaman quienes lo conocen. Extraño pero real. “¿Por qué quienes reclaman que cambie no aceptan que él es así, que a cierta hora vuelve a su hogar y vive su vida? Ya lo conocen”. Quizás este momento le demande un 120% de su esfuerzo para no cumplir con la profecía de “el orfebre”, que repite sistemáticamente. “No podés conducir lo que no construís. No podés querer lo que no conoces”.