En La Rioja, el estrés dejó de ser una sensación y pasó a ser un diagnóstico. Se acumula en la panza, se dispara en la presión y desvela la mente. El resultado se mide en farmacias llenas, recetas crónicas y una población que aprende a sobrevivir a fuerza de pastillas.
En las farmacias de La Rioja hay una postal que se repite todos los días. Personas que piden algo “para el estómago”, pastillas para la presión o medicamentos para poder dormir. No es una moda ni una coincidencia: los remedios para la panza, el corazón y la mente encabezan el ranking de consumo también en la provincia, replicando una tendencia nacional que habla más de cómo se vive que de cómo se cura.
“Lo que más se vende son protectores gástricos y antiácidos. La gente vive con acidez, dolores de estómago, colon irritable. Muchos llegan sin receta y te dicen que es por los nervios”, cuenta María, farmacéutica del centro de la Capital riojana, con más de 20 años de experiencia detrás del mostrador.
El estrés cotidiano, la mala alimentación y la automedicación explican parte del fenómeno. Comer apurado, saltear comidas o recurrir a alimentos baratos y poco saludables termina pasando factura. Y esa factura se paga, muchas veces, en pastillas.
Pero no todo queda en el estómago. El corazón también aparece como protagonista silencioso del botiquín riojano. Antihipertensivos, diuréticos y medicamentos para controlar el colesterol forman parte de las compras habituales, sobre todo en personas mayores.
“Yo no puedo dejar la pastilla de la presión. Si no la tomo, me mareo y me siento mal. El problema es que cada vez está más cara”, dice Rubén, jubilado de 67 años, mientras espera turno en una farmacia de barrio. Como él, miles de riojanos destinan una parte importante de sus ingresos a tratamientos crónicos que no pueden interrumpir.
Los profesionales de la salud advierten que el sedentarismo, el sobrepeso y la falta de controles médicos periódicos agravan un cuadro que se sostiene en el tiempo. “Muchos pacientes llegan cuando el problema ya está instalado. El medicamento es necesario, pero llegamos tarde a la prevención”, reconoce un médico clínico del sistema público provincial.
La tercera pata del fenómeno es la mente. Ansiolíticos, tranquilizantes y pastillas para dormir forman parte de un consumo que crece año tras año. La ansiedad, el insomnio y los cuadros depresivos aparecen con fuerza en una provincia golpeada por la incertidumbre económica y la falta de acceso sostenido a tratamientos psicológicos.
“Antes vendíamos psicofármacos sobre todo a personas mayores. Hoy vienen jóvenes, estudiantes, trabajadores que no pueden dormir o están desbordados”, señala Carlos, farmacéutico del sur de la ciudad. Aunque muchos de estos medicamentos requieren receta, el uso prolongado y, en algunos casos, sin el seguimiento adecuado es una preocupación constante.
Detrás del mostrador, los farmacéuticos se transforman en oyentes involuntarios de historias de angustia, cansancio y miedo al futuro. “La gente no te pide solo una pastilla, te cuenta lo que le pasa”, resume una empleada de farmacia de Chilecito.
El costo de los medicamentos termina de cerrar el círculo. En La Rioja, como en el resto del país, los precios subieron muy por encima de los ingresos. Para los jubilados y pacientes crónicos, elegir entre comprar un remedio o cubrir otros gastos básicos es una realidad cada vez más frecuente.
Así, los remedios para la panza, el corazón y la mente no solo encabezan las estadísticas de consumo. Son el reflejo químico de una sociedad tensionada, cansada y golpeada, que encuentra en una pastilla una respuesta rápida a problemas mucho más profundos.
Porque en La Rioja, como en la Argentina, el cuerpo habla. Y lo hace, cada vez más, desde el mostrador de una farmacia.
