*Por Milton Del Moral (Infobae)
John Moreno consiguió lo que sus hijos y su esposa necesitan para estudiar. No fue necesario que lo recompensaran por sus servicios de albañilería y plomería. Bastó la respuesta solidaria de la gente. Valoraron su dignidad y su honor para obtener un bien fruto de su esfuerzo. Él no quería regalos o donaciones. Quería pagar con su trabajo la computadora que sus hijos precisan para optimizar sus estudios.
La viralización de su noble propuesta inspiró decenas de impulsos benéficos. Consiguió dos y más. La demanda lo desbordó: le ofrecieron computadoras, instrumentos de informática, ropa, útiles, muebles y ayudas económicas. Se negó a dar notas periodísticas abrumado por la exposición y le respondió “no gracias” a muchas de las personas dispuestas a regalarle algo.
Admite que no necesita más de lo que tiene. Vive en Berisso con su esposa Zuly y sus cinco hijos, de entre 19 y 7 años. Ellos desconocían el plan. No lo hubiesen aprobado. El martes 20 de abril por la mañana, sin decírselo a sus hijos, publicaron en una página de Facebook llamada “compra venta Berisso” una proposición: “Intercambio trabajo en construcción y plomería por una computadora de escritorio”.
La oferta la reenvió a otros 17 grupos públicos de La Plata, Gonnet, Los Hornos. “Lo necesito urgente para mis hijos, por favor si alguien necesita remodelar o arreglar alguna cosa en su hogar, pueden hablarme. Les estaré agradecido si comparten esta publicación para que no se pierda”, compartió.
Su propuesta emigró a otras redes sociales por los primeros agentes solidarios. La viralización llegó a las redes periodísticas de Infobae desde Twitter. Al día siguiente y desde las primeras horas de la mañana, se publicó la nota “Intercambio trabajo en construcción y plomería por una computadora”: la oferta del changarín para que sus hijos estudien. Por la tarde, la cuenta de Instagram del medio hizo un post con la historia.
Mientras, en Berisso, John Moreno recibía los primeros ofrecimientos de trabajo. Había terminado de instalar piezas cerámicas en el piso de un baño de una casa de la localidad Altos de San Lorenzo, en La Plata, a donde había llegado por recomendación de un amigo. Había completado su tarea y cobrado por su servicio. No tenía en el horizonte nuevas propuestas laborales. Se había dedicado a cumplirle el deseo a su familia: su esposa está cursando enfermería en la Universidad de La Plata desde el celular; sus hijos G. de 19 años y F. de 16 hacen los zoom y las tareas de una escuela industrial centenaria de la ciudad de La Plata desde sus teléfonos personales.
A la casa le faltaba una computadora. La necesidad la descubrió el segundo hijo de la familia. Un profesor le advirtió que el celular no podrá ser respaldo de su cursada durante todo el año. También se lo argumentó a sus padres. “Le va a servir al principio, pero después no va a poder seguir estudiando”, les dijo. De ahí la urgencia de John y Zuly. De ahí también la vergüenza y el pudor de sus hijos, quienes saben, sin embargo, que el trueque que proponía su papá era la única forma de pagar una computadora.
John también evaluó la idea de vender su propio celular. Publicó una oferta en las mismas plataformas de compra venta. Le sedujeron los 10 mil pesos que le ofrecían. Hizo una ecuación: los ingresos de su última refacción más las ganancias por la venta de su celular, menos los gastos corrientes de la familia. Los costos que había averiguado eran elevados. Pero al menos sentía que se estaba acercando. Sus hijos le reprocharon el plan de inversión. Aceptaban, a su vez, que la computadora contribuiría a su escolarización y optimizaría la dinámica familiar. Será -dicen- la computadora de todos.
John recibió una propuesta en Gonnet. Una familia necesitaba terminar la construcción de una pieza cuya obra quedó paralizada. También lo contactó un hombre en Altos de San Lorenzo para reparar la instalación de un baño. Aún están en ciernes esos intercambios. Otras tres personas le acercaron computadoras viejas que no usaban a cambio de nada. Les agradeció y las probó en su casa: ninguna funciona, ninguna arranca. Son de escritorio: a lo sumo le servirán a F. para ensayar el armado y desarmado de los componentes de la CPU.
Durante la tarde del miércoles, la modelo, empresaria, diseñadora y actriz Anamá Ferreira se contactó con este cronista. Ella ya había intervenido en una causa solidaria: le había regalado una guitarra a Ernesto Matarozzo, conocido popularmente como “el John Lennon de Villa Ballester”, un artista autodidacta que cantaba canciones de Los Beatles en el túnel de la estación de tren con una guitarra que había encontrado en la basura. “Vi la nota de John y me puse triste, me puse mal. Tengo una computadora que está perfecta, es grande, muy potente y se la quiero regalar”, avisó. El lunes, después de que un técnico le formatee la unidad, se celebrará la entrega.
La noche del miércoles, producto de la publicación de la nota en la cuenta de Instagram de Infobae, la vocación solidaria de la gente tomó impulso. Se presentaron más de cincuenta personas dispuestas a ayudar a la familia Moreno. El despertar de generosidad ciudadana se materializó en ofertas diversas, variopintas, de distintos rincones del país, de distintos estratos sociales.
Florencia, desde Recoleta y con 37 años, no quiere regalarle una computadora. Está dispuesta a enviarle dinero y pegarle un plan de Internet para que los hijos de John puedan estudiar. Gastón, de 34 años y viviendo en Villa María, Córdoba, tampoco tiene una computadora para donarle. Su ayuda pretende ser económica: preguntó la forma para hacerle llegar el dinero que necesita para comprarse una nueva.
Francisco, médico de Acassuso, tiene 31 años y dos computadoras para regalarle que nadie usa en su casa. Gabriela está casada, está desempleada, vive en Barracas, tiene 41 años y es madre de dos hijos. El de 21 años estudia abogacía; la de 16 está en la secundaria. Ellos ya tienen su computadora. A la familia le sobra la que entrega el gobierno nacional en las escuelas: ella confía en que alguien le puede dar un uso mejor. Betiana, de 46 años, avisó que puede donarle ropa, muebles y la notebook que su hija dejó de usar hace seis años.
A Candela, que tiene 35 años y vive en Villa Urquiza, le sobra una notebook. En su trabajo le dieron una nueva. La otra -la que quiere regalarle a John- tiene más de diez años y funciona solo enchufada porque su batería ya perdió autonomía. A Ramiro, de 41 años, también le sobra una computadora desde que dejó el barrio porteño de Flores para probar suerte en Nueva Zelanda, donde vive hace trece años. “Contá conmigo para hacérsela llegar”, expresó.
La respuesta a todos los que se interesaron y se preocuparon por la voluntad de estudio de la familia Moreno fue la misma: John ya consiguió dos computadoras. Consultado por este medio, él expresó su deseo de que los impulsos de solidaridad no se consuman ante su demanda satisfecha. Infobae expuso en su contestación dos soluciones: facilitó el contacto personal de John por si la intención es exclusivamente acercarle la ayuda a él y, además, sugirió derivar la donación a un programa de la Fundación Sí.
Es el proyecto de Residencias Universitarias, destinado a jóvenes egresados de secundarios rurales o alejados de los centros urbanos donde se concentra la oferta educativa terciaria y universitaria que carecen de los recursos necesarios para llevar adelante su cursada. Actualmente albergan a más de 520 chicos y lo que más necesitan -potenciados por la pandemia y la virtualidad de la educación- son computadoras.
El interés sobrepasó las expectativas. El celular de John -ese que quería vender para comprar la computadora- no tuvo descanso. “No sé cómo agradecerles a todos”, dijo John. Solicitó nombrar particularmente a Luis, dueño de una empresa de turismo, a Ezequiel de Palermo, a Joaquín y a su esposa, y “a toda la gente que se comunicó conmigo”. “Mi familia está muy contenta. Hay mucha gente muy buena que me llamó y me preguntó qué necesitaba. No esperaba tanta generosidad y encima me están saliendo muchas ofertas de trabajos, me llaman para pedirme presupuestos. Los precios los rebajo así los costos están al alcance de todos: así como muchos me dieron una mano, yo también quiero hacer lo mismo y así entre todos nos ayudamos”.
Recibió, además de dos computadoras de escritorio y una tercera que le entregará Anamá Ferreira, 25 mil pesos en concepto de donaciones. Con ese dinero quiere comprar una impresora y al menos dos escritorios: averiguó que hay algunos de segunda mano que cuestan cinco mil pesos. Sus hijos, mientras tanto, se debaten entre la vergüenza y la gratitud. La familia Moreno de Berisso dejará de estudiar desde el celular.