Antes de caer sin aire, el general dijo: “Me voy, me voy”. Murió en la Quinta Presidencial, mientras Isabel presidía una reunión de gabinete. Los médicos intentaron reanimarlo, López Rega aseguró que podía revivirlo. Los hechos políticos más trascendentes que produjo en los meses previos a su muerte.

Pocas horas antes de su muerte, Perón parecía recuperado. Las perspectivas clínicas eran mejores. La mucama española Rosario Alvarez Espinosa, que lo acompañaba desde hacía casi quince años, escribió en su diario personal.

“El lunes 1º de julio Isabelita llamó a una reunión de gabinete de ministros. Y Perón le dijo ‘¿justo hoy tiene que ser…?’. Yo estaba al lado. Después se levantó de la cama y se sentó en un sillón”.

A las diez de la mañana comenzó la reunión de gabinete. A las 10.25 se escucharon corridas en el primer piso de la residencia. El General se había descompuesto.

La mucama escribió en su diario:

“De golpe, Perón empezó a perder el aire, tenía la boca abierta y una gobernanta empezó a abanicarlo. Estaba con convulsiones en el sillón y dijo ‘me voy, me voy’ y cayó para el suelo de costado”.

Últimos momentos políticos de Perón

Primer caso: La ruptura con Montoneros.

Perón dejó al menos tres hechos políticos significativos dos meses antes de su muerte.

El 1º de mayo dio por terminada su relación con Montoneros. Desde que regresó al país el 20 de junio de 1973, incluso antes podría decirse, desde que Héctor Cámpora ganó las elecciones el 11 de marzo de ese año, había vivido con la organización político-guerrillera peronista un proceso de diferenciación política que derivó en un traumático final.

El primero que lo advirtió fue el líder de la JP (Juventud Peronista) Rodolfo Galimberti, luego de que Perón lo destituyera en Puerta de Hierro de su cargo de delegado juvenil.

Galimberti se lo explicó a su grupo cuando regresó de Madrid.

El Viejo entiende la guerrilla como la entiende Clausewitz. Una formación, que él llama ‘formación especial’, que atraviese la línea enemiga, haga el operativo, vuelva y se repliegue con su jefe. Se lo comenté a los muchachos (montoneros) pero ellos no lo entienden. Se creen que el Viejo me bajó a mí solo y se equivocan. Perón nos bajó a todos“.

El 12 de junio de 1974 quedó en la historia como el día del último discurso de Juan Domingo Perón en la Plaza de Mayo

En su discurso del 1º de mayo de 1974, Perón trató a los militantes montoneros que estaban allí abajo en la Plaza de “idiotas útiles” y “mercenarios al servicio del extranjero”. Ese día grupos de inteligencia habían pintado paredes del microcentro con consignas contra Perón e Isabel. Los acusaban de “vendidos” y “traidores”, y colocaron la firma de “Montoneros”.

López Rega llevó la novedad de las pintadas a oídos de Perón. El ambiente se fue calentando en el interior de la Casa de Gobierno. Cuando encaró hacia el balcón, Perón estaba con la cara hinchada, roja de furia, y los montoneros, abajo, en la Plaza de Mayo, no estaban dispuestos a tranquilizarlo.

Durante nueve minutos, antes del discurso, el grito de “el pueblo te lo pide, queremos la cabeza de Villar y Margaride”, ensordeció la Plaza de Mayo.

Villar y Margaride eran el jefe y subjefe de la Policía Federal. Villar había sido designado por Perón. Además de estar al frente la institución, o precisamente por el cargo que ocupaba, Villar era uno de los responsables de las bandas parapoliciales que componían la Triple A.

Ese 1º de mayo la columna de Montoneros, que ocupaba la mitad de la plaza, lastimó a Isabel por omisión —“Evita hay una sola…”—, y también a Perón: “¿Qué pasa, General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”.

En su alocución, Perón los trató de estúpidos e imberbes, y rescató a las organizaciones sindicales —llamó a sus dirigentes “sabios y prudentes”— y rindió homenaje a los sindicalistas asesinados, “sin que todavía haya sonado el escarmiento”.

Los montoneros empezaron a retirarse de la Plaza de Mayo, frente a la vista de la otra mitad de la plaza, ocupada por los gremios ortodoxos, que gritaba “Ar-gen-ti-na”.Juan Domingo Perón e Isabel en el último discurso. Allí, molesto, trató a los militantes montoneros de “idiotas útiles” y “estúpidos e imberbes”

Después de aquel día, distintas fuentes históricas dieron cuenta del interés de Perón por retomar el diálogo con Montoneros, pero la iniciativa —quizá por falta de voluntad o de tiempo— no prosperó.

Pero aún cuando ese diálogo se hubiese encauzado siquiera para suturar las heridas del 1º de mayo, Perón entendía que sólo los sindicalistas y el aparato político partidario podían defender la homogeneidad del peronismo y su verticalidad, para aplastar los “intentos de disociación y anarquía” de “los infiltrados” en el Movimiento, como venía denunciando desde el verano de 1974.

Su decisión de terminar con el accionar armado de la guerrilla, por las buenas o por las malas, era irrevocable.

Segundo caso: Su frustración política

Otro hecho político significativo sucedió el 12 de junio.

Por la mañana, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, Perón amenazó en forma implícita con su renuncia a la Presidencia por las críticas de la prensa ante el creciente desabastecimiento de productos, que sólo podían encontrarse a un precio mayor en el “mercado negro”. López Rega, en su intento de sumar dramatismo político a la amenaza de Perón, avisó que, en ese caso, él e Isabel también se irían del país.

Perón dijo que sabía que su regreso implicaba un proceso difícil y peligroso pero que no podía rehuir de esa responsabilidad frente al pueblo. “Yo nunca engañé a ese pueblo, por quien siento un entrañable cariño -agregó-. Ése es mi sentimiento y la relación que me ha dado fuerzas para seguir adelante, en medio de diarias acechanzas y conjuras ridículas, tanto de quienes sueñan con un pasado imposible como de los que desean apurar las cosas. Yo vine al país para unir y no para fomentar la desunión de los argentinos. Yo vine al país para lanzar un proceso de liberación nacional y no para consolidar la dependencia. Yo vine al país para brindar seguridad a nuestros ciudadanos y lanzar una revolución en paz y armonía y no para permitir que vivan temerosos quienes están empeñados en la gran tarea de edificar el destino común. Yo vine para ayudar a reconstruir el hombre argentino, destruido por largos años de sometimiento político, económico y social. Pero hay pequeñas sectas, perfectamente identificadas, con las que hasta el momento fuimos tolerantes, que se empeñan en obstruir nuestro proceso; son los que están saboteando nuestra independencia y nuestra independencia política exterior; son quienes intentan socavar las bases del acuerdo social, forjado para lanzar la Reconstrucción Nacional […] Creo que ha llegado la hora de reflexionar acerca de lo que está pasando en el país y depurar de malezas este proceso porque, de lo contrario, pueden esperarse horas muy aciagas para el porvenir de la República”.

Apenas se conocieron las palabras de Perón, la CGT convocó a los trabajadores a movilizarse a la Plaza de Mayo para confortarlo y demostrarle su lealtad. La Plaza se llenó.

Por la tarde, cuando salió al balcón de la Casa de Gobierno -lo haría por última vez en su vida-, reivindicó todas las políticas que había imaginado que podría aplicar para su tercera presidencia: la liberación nacional, el pacto social, el proyecto nacional y el programa de reconstrucción democrática.

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Perón amenazó con su renuncia a la Presidencia por las críticas de la prensa ante el creciente desabastecimiento de productos. López Rega, sumó dramatismo diciendo que, en ese caso, él e Isabel también se irían del país

“Compañeros: retempla mi espíritu. Estoy en presencia de este pueblo que toma en sus manos la responsabilidad de defender a la Patria. Creo, también, que ha llegado la hora de que pongamos las cosas en claro. Estamos luchando por superar lo que nos han dejado en la República, y en esa lucha no debe faltar un solo argentino que tenga el corazón bien templado. Sabemos que tenemos enemigos que han comenzado a mostrar sus uñas. Pero, también sabemos que tenemos a nuestro lado al pueblo, y cuando éste se decide a la lucha, suele ser invencible […] Sabemos que en la marcha que hemos emprendido tropezamos con muchos bandidos que nos querrán detener, pero con el concurso organizado del pueblo, nadie puede detener a nadie. Por eso deseo aprovechar esta oportunidad para pedirles a cada uno de ustedes que se transformen en un vigilante observador de estos hechos que quieran provocarse y actúen de acuerdo a las circunstancias”.

En ese discurso dejo una frase para su legado histórico: “Yo me llevo en mis oído la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.

Fue un discurso en el que Perón exhibió su frustración política a casi un año de retorno al país. Su decepción en el control de su gobierno y del país ya había sido plasmada en una carta al empresario Jorge Antonio, algunos meses antes. “Yo tengo la obligación de unir a todos los argentinos pero algunos insensatos no lo entienden y las ambiciones y puñeterías de los apresurados me llenan de amargura. (José) Gelbard anda bien, pero lo tenemos muy controlado. López Rega, enloquecido, me crea cualquier cantidad de problemas; así le irá“.

En sus últimos meses Perón casi no salía de la residencia de Olivos y atendía sólo por algunas horas al día las cuestiones de Estado. En los momentos en que no permanecía acostado en su cama jugueteando con los caniches, le gustaba vestir el uniforme de general

Ahora, en junio de 1974, a nueve meses de su tercer gobierno, la democracia se iba consumiendo día tras día por la violencia política desatada en el interior del peronismo y la represión ilegal instrumentada desde el Estado que él mismo conducía. Las instituciones tenían cada vez menos peso y las fuerzas políticas cada vez menos incidencia en la vida del país.

Su vida también se estaba consumiendo.

En sus últimos meses Perón casi no salía de la residencia de Olivos y atendía sólo por algunas horas al día las cuestiones de Estado. En los momentos en que no permanecía acostado en su cama jugueteando con los caniches, le gustaba vestir el uniforme de general, o ponerse alguno de sus trajes blancos y salir a caminar por el parque de la residencia.

Esas tardes no existía para él mayor placer que conversar con los soldados rasos, contarles anécdotas de su vida militar, y disfrutaba con ellos del sabor de un asado, una copa o el último cigarrillo, mientras la custodia del ministro López Rega retozaba dentro de sus autos Torino Grand Routier negros con comunicación policial, o tomaban las armas para afinar la puntería en el polígono de tiro de la quinta.

Tercer caso: Impedir la Presidencia de Isabel

El tercer hecho político, que casi no tuvo trascendencia pública en aquel momento, ocurrió en la inevitable percepción de su muerte.

Perón pensó que no era Isabel quien debía sucederlo en la Presidencia, sino Ricardo Balbín, el jefe de la Unión Cívica Radical, al que había vencido en las elecciones de septiembre de 1973.

El problema para que asumiera Balbín era de orden legal.

Por tal motivo, Perón pensó en su secretario legal y técnico Gustavo Caraballo para que le preparara otra vez un “esquema institucional” que librara a Isabel de acceder a la Presidencia cuando él muriera. Hay dos versiones que —pese a sus diferencias parciales— conducen a la misma idea: en su lecho de enfermo, Perón, a sus 78 años, intentó torcer la línea de sucesión.Perón pensó que no era Isabel quien debía sucederlo en la Presidencia, sino Ricardo Balbín, el jefe de la Unión Cívica Radical

Según la versión publicada en el libro Doy fe del periodista Heriberto Kahn —un testigo de la época que contaba con fuentes de primer nivel en el radicalismo y la Armada—, Perón llamó a su dormitorio al secretario legal y técnico Caraballo para que estudiara la posibilidad de que, luego de su muerte, el poder pasara a manos de Ricardo Balbín. Lo hizo en presencia de Isabel y López Rega. La primera permaneció en silencio, el ministro estalló en cólera y el tema quedó en suspenso.

Después Perón volvió a convocar a Caraballo y le pidió que abandonara la idea, pero, en su presencia, le recordó a Isabel: “Nunca tomes ninguna decisión importante sin consultar a Balbín”.

El radicalismo, a través del dirigente Enrique Vanoli, intentó posteriormente que Caraballo hiciera público lo sucedido para generar un hecho político de magnitud. Pero Caraballo mantuvo su silencio. Caraballo, entrevistado por el autor de este artículo, hizo una observación parcial a la versión publicada por Kahn:

“En los últimos días, yo no lo vi a Perón. Estaba bloqueado por López Rega. Él le llevaba a firmar todos los decretos a su dormitorio. En una oportunidad López Rega me comentó que Perón estaba loco, que quería convocarme a mí para que hiciera designar a Balbín como heredero, pero no me dejó verlo. Estaba presente el secretario de la Casa Militar. Supongo que Perón quería realizar el mismo esquema de sucesión que habíamos evaluado para que él lo sucediera a Cámpora, sin realizar elecciones. En el fondo, tenía desconfianza sobre la capacidad de Isabel. Durante mucho tiempo, yo me negué a contar esto porque Isabel ya era la presidenta y esta revelación le iba a quitar autoridad. Además, también consideré que era peligroso para mi propia persona. Después de unos meses, le pregunté a (miembro del Consejo Superior Peronista, Deolindo) Bittel si me daba permiso para hacer pública la última voluntad de Perón, porque entregar su gobierno al jefe de la oposición era un acto de grandeza. Y también para que no se le echara en cara que había dejado a una inútil como Isabel en el poder. Pero Bittel me dijo que no dijera nada porque si lo hacía público ‘perjudicaba a todos los peronistas'”.

La agonía final

A principios de junio de 1974, Perón viajó al Paraguay. Estaba enfermo y pálido, con ojeras marcadas, pero también emocionado al recordar en la misma cañonera “Humaitá” los primeros días de su desdicha en el exilio, luego de que la Revolución Libertadora lo despojara del poder en 1955. Permaneció en cubierta, bajo una implacable lluvia. Al regresar a Buenos Aires almorzó en un restaurante de la Costanera, expuesto al viento que subía desde el Río de la Plata. Se recluyó en Olivos. Desde hacía días que ya no recibía a nadie.

La multitud frente al Congreso y en las calles despidió a Juan Domingo Perón (Reynaldo Gómez/AGLP)

Ese mes, en reunión de gabinete, se decidió que todo lo que tuviera que firmar Perón se lo entregaran a Isabel o López Rega, y que no fuese molestado por los ministros por temas que pudieran alterar su ánimo.

Perón estaba cuidado por un equipo de emergencias, integrado por médicos residentes del Hospital Italiano, que había logrado instalarse en la planta baja de la residencia, en los últimos meses, pese a la desconfianza que generaba en el ministro de Bienestar Social.

López Rega, a su modo, también quería protegerlo: había instalado un micrófono en la mesa de luz del General, que estaba conectado a su habitación del primer piso, y cuando escuchaba sus quejidos, aparecía de inmediato. Sus diagnósticos vinculaban la aparición de los males a la posición de los astros.

El 15 de junio, López Rega e Isabel iniciaron una gira por España, Suiza e Italia. Fueron condecorados por el Generalísimo Franco en el Palacio de las Cortes; en Ginebra, la vicepresidenta expuso en la Organización Internacional del Trabajo (OIT); en el Vaticano los recibió el Sumo Pontífice, Paulo VI. Pero mientras los partes médicos que divulgaba la Secretaría de Prensa y Difusión encubrían la gravedad del cuadro -mencionaban una “bronquitis”- el 18 de junio Perón sufrió un pequeño infarto.

El 1 de julio de 1974, el presidente Juan Domingo Perón fallecía. La multitud con pesar y respeto, le rindió una emotiva y conmovedora despedida (Archivo Télam)

Dos días después, López Rega suspendió su gira con Isabel y volvió al país. Según la evaluación del oficial político de la embajada norteamericana López Rega volvió para proteger “sus flancos políticos”. Temía que en una reunión de gabinete se decidiera la creación de un Comité Nacional de Seguridad, con participación de las Fuerzas Armadas. A su regreso, el proyecto quedó paralizado. Isabel permaneció en Europa por cuestiones de protocolo. Prensa y Difusión, en tanto, aseguraba que Perón presidía reuniones de gabinete, pero no permitía el ingreso de fotógrafos.

El día 24 de junio, cuando supo que Perón había cancelado a último momento la audiencia con el canciller australiano, la embajada norteamericana sospechó que podría haber algo más que un fuerte resfrío. Al día siguiente ya sabían que el problema era más serio. Enviaron un cable a Washington:

“Viejas fuentes de la embajada con estrechas conexiones al círculo íntimo de Perón nos han admitido que Perón está de hecho bastante enfermo. Ha habido complicaciones respiratorias. Mientras la prensa indica que presidió reuniones de gabinete por dos horas, solamente lo hizo por quince minutos. El gobierno desea no alarmar al público. Está ocultando el hecho en su totalidad“.

A las 10.15, apareció el padre Héctor Ponzio en el dormitorio de Perón. Era el capellán del Regimiento de Granaderos, que oficiaba las misas los domingos en la capilla de la residencia. Ponzio le dio la extremaunción

El 26 de junio Perón tuvo un dolor anginoso precordial. Los medicamentos ya no bastaban para modificarle la arritmia. Dos días después, por la tarde, llegó Isabel. Prensa y Difusión anunció que Perón no realizaría tareas oficiales. Al anochecer, sus doctores informaron que desde hacía doce días el Presidente tenía una broncopatía infecciosa que repercutía sobre una antigua afección circulatoria central. Le recomendaron reposo absoluto. Por la noche Isabel le mostró las fotos del viaje a Europa.

El sábado 29 de junio, por la mañana, Perón delegó el mando presidencial en su esposa. Firmó desde la cama. Esa mañana intentó sentarse en el sillón para ver los pájaros desde la ventana, pero se sintió mareado y enseguida volvió al lecho.

Su mucama española Rosario Álvarez Espinosa, que lo acompañaba desde hacía casi quince años, escribiría en su diario personal, recogido por el autor de este artículo en su casa de Antequera, provincia de Málaga.

“Nos llamaron a España y nos dijeron que el General estaba muy resfriado y volamos a Buenos Aires. Llegamos el viernes 27. Perón me preguntó por mi familia. La verdad es que lo encontré un poco decaído. Siempre que cogía un catarro no permanecía en cama más de tres días. El domingo 30 empeoró mucho. Yo le pedí a Dios que me quitase a mí la vida y se la alargara a él para que pudiera continuar su obra“.

En el atardecer del domingo 30, los médicos conservaban un mediano optimismo. Prensa y Difusión redactó un comunicado: Perón había experimentado una sensible mejoría en su cuadro clínico en las últimas horas. Continuaba en reposo. A la madrugada del lunes, Perón no encontraba la posición adecuada en la cama. No podía conciliar el sueño. A las 3.30, en el monitor del aparato médico se detectaron extrasístoles ventriculares. Pero a la mañana, a las 8, las perspectivas eran mejores.

El General parecía recuperado. Fue allí que la mucama escribió:

“El lunes 1ro de julio Isabelita llamó a una reunión de gabinete de ministros. Y Perón le dijo ‘¿justo hoy tiene que ser…?’. Yo estaba al lado. Después se levantó de la cama y se sentó en un sillón”

A las 10 de la mañana empezó la reunión de gabinete. A las 10.15, apareció el padre Héctor Ponzio en el dormitorio de Perón. Era el capellán del Regimiento de Granaderos, que oficiaba las misas los domingos en la capilla de la residencia. Ponzio le dio la extremaunción.

Diez minutos después se escucharon corridas en el primer piso. Bajaron a buscar al doctor Jorge Taiana, ministro de Educación y médico de Perón, en la Sala de Acuerdos de la residencia. El General se había descompuesto. La reunión se interrumpió a los gritos. Todos los ministros quedaron paralizados. López Rega subió hacia el dormitorio de Perón.“De golpe, Perón empezó a perder el aire, tenía la boca abierta y una gobernanta empezó a abanicarlo. Estaba con convulsiones en el sillón y dijo “me voy, me voy” y cayó para el suelo de costado”

La mucama escribió en su diario:

“De golpe, Perón empezó a perder el aire, tenía la boca abierta y una gobernanta empezó a abanicarlo. Estaba con convulsiones en el sillón y dijo “me voy, me voy” y cayó para el suelo de costado”.

Era un paro cardíaco. Todo el equipo médico empezó a trabajar. Perón fue puesto en torso desnudo, le dieron medicación, le hicieron respiración artificial, le dieron un masaje cardíaco enérgico, rítmico. Isabel lo miraba compungida. El General ya no tenía irrigación cerebral ni reflejos pupilares.

El monitor que mostraba el corazón de Perón se iba apagando, apagando, apagando, hasta que llegó al último puntito.

Cuando la muerte clínica ya era un hecho, intercedió López Rega. Despejó a los médicos de alrededor de la cama. Era su momento.

—El General ya murió en una ocasión y yo lo resucité —advirtió a los que estaban en el dormitorio.

Lo tomó de los tobillos. Entrecerró los ojos y, con pronunciación monótona y ritmo constante, balbuceó unos mantras, en su intento de alcanzar armonía con lo Divino. Hasta que gritó:

—¡No te vayas, Faraón! —al tiempo que sacudía las piernas muertas del General.

Al cabo de febriles intentos por volverlo a la vida, se resignó:

—El Gran Faraón no responde a mis esfuerzos por retenerlo acá en la Tierra. Debo desistir.

El padre Ponzio comenzó a rezar un Padre Nuestro. A las dos y cuarto de la tarde, las emisoras de radio y televisión transmitieron el videotape grabado en el que Isabel anunciaba la muerte del Presidente. Dos horas más tarde, López Rega tomaría la cadena nacional para confirmar la noticia.

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