Toda la historia de Nucete, del principio al final, explica gran parte del fracaso argentino. Es, por lo pronto, un caso emblemático de cómo el país trata a sus emprendedores, y acumula tantas intrigas y malentendidos que merecería haber tenido también su propia metáfora: una pelea a las trompadas. Eso no pasó, pero estuvo cerca. Era diciembre de 2012 y, entre cotillón peronista y globos con la consigna “Clarín Miente”, Jorge Yoma, entonces diputado, intentaba convencer en la Secretaría de Comercio Interior al anfitrión, Guillermo Moreno, de que la productora de aceitunas, con sede en Aimogasta, necesitaba ayuda, y que estaba al borde de cerrar definitivamente por razones que iban desde el tipo de cambio bajo hasta la inflación o la falta de entendimiento bilateral entre la Argentina y Brasil. En realidad, tampoco se estaban entendiendo ellos dos. “Menemista”, le endilgó Moreno en un momento a modo de insulto, y agregó que la Argentina estaba como estaba por lo que había pasado en los 90. Yoma levantó la voz, se acercaron, se empujaron, y tuvo que separarlos el gobernador de La Rioja, Luis Beder Herrera. Yoma se fue del despacho.

“Cosa de varones, ya pasó”, recuerda Moreno, y sólo agrega sobre su interlocutor: “Se fue de boca”. La anécdota es relevante para entender varias cuestiones que vinieron después y que en estos días, ya que se habla de olivos, han reverdecido con la llegada de Juan Manzur: el modo en que el jefe de Gabinete compró Nucete, la principal aceitunera del país, una operación de la que se habla poco y que, peor, es recordada entre sospechas inherentes al poder de los protagonistas, prejuicios, despecho e intencionalidad política y comercial. Sirve también para recordar que, en cuestión de negocios, a veces es más ventajoso ser funcionario público que empresario.

Yoma había ido al despacho de Moreno a buscar soluciones, no una pelea. Además de los problemas locales, incidían las relaciones dentro del Mercosur. Molesto porque la Argentina aplicaba trabas a sus exportaciones de químicos, Brasil acababa de contestar con una retaliación que daba en el corazón productivo de La Rioja: empezó a comprarles aceite de oliva y aceitunas a España y a Italia. Nucete acumulaba deudas con la AFIP y el Banco Nación y de su suerte no sólo dependía el destino de unos 500 empleados, sino el de otros 1500 productores que eran sus proveedores. José Nucete, dueño de la compañía, andaluz nacido en Baena, Córdoba, y fallecido en 2016, un emprendedor que llegó de España a los 18 años y que empezó acá con un almacén en Ituzaingó, había acompañado a Yoma en el vuelo de La Rioja a Buenos Aires y esperaba una respuesta alentadora. Por eso cuando, minutos después de ese portazo, el diputado recibió un llamado de Beder Herrera pidiéndole que regresara al despacho, aceptó y volvió.

Moreno les expuso entonces su idea. “Si la empresa se funde, lo que podemos hacer es buscarle un interesado entre las empresas de Tierra del Fuego”, propuso. Él no recuerda ahora cómo lo dijo, pero Yoma sí: dice que el secretario definió a los inversores fueguinos con una ironía hacia la entonces ministra de Industria, con quien no se llevaba bien. “Los protegidos de Débora Giorgi”, describió. Moreno intentaba aplicar algo que había logrado para otras empresas y que iba en línea con sus pretensiones de equilibrar el intercambio comercial: que algún necesitado de importar aceptara, a cambio, hacerse cargo de Nucete y exportar. “El modelo del milagro japonés”, lo llama él. Es lo que en aquellos años consiguió con Newsan, de Rubén Cherñajovsky, convertida hoy en exportadora de langostinos a Corea del Sur, el mismo mercado al que le compra electrodomésticos.

Por eso el secretario levantó el teléfono y amagó con llamar a posibles compradores. Probablemente a la cámara de electrónicos. A Yoma le parecía una locura. “Pero hermano, yo quiero que la empresa se salve, no que se funda y se la quede otro”, le dijo. Horas después apareció la alternativa de Manzur, que ya era productor de la zona.

Lo que pasó en la noche del día siguiente todavía repercute en las conversaciones del establishment. Porque el diputado fue al Canal 26 y, en el programa Hora Clave, les dijo a Mariano Grondona y a Pablo Rossi que el modelo kirchnerista consistía en forzar cierres de empresas y cederlas a compradores afines. Una bomba. Lo que planteaba iba bastante en sintonía con lo que, seis meses antes, al borde del llanto, el propio José Nucete le había dicho a Marcelo Bonelli en radio Mitre. “La AFIP nos trata como a delincuentes”, se había quejado. Pero Yoma cree ahora que en aquel momento exageró. “Fue una declaración desafortunada mía. Porque apareció Manzur para comprar y ahora le tiran el muerto a él”. Recuerda además que, terminado el programa, volvió a recibir un llamado de Beder Herrera, otra vez preocupado: le decía que era él quien había contactado a Manzur, no Moreno.

El tucumano ya era ministro de Salud de Cristina Kirchner. Por eso la operación todavía provoca suspicacias. Por lo pronto, en la familia Nucete, que culpa a ambos e incluso sospecha de un acuerdo entre ellos: Beder Herrera es también productor de aceitunas. Lo constatable es que, efectivamente, Manzur estaba ante una oportunidad inmejorable para comprar. Y que conocía el negocio: ya participaba como accionista de Tío Yamil SA, aceitunera de la familia de su mujer, Sandra Mattar, y tenía otros activos del sector. Dos años después, en 2016, ya como gobernador, se seguiría expandiendo con otra adquisición: le compraría San Juan de los Olivos, controlante de la olivícola Yovilar SA, al grupo Roemmers. Yovilar está también en Aimogasta. Ahí tiene una moderna planta para producir aceituna negra californiana, una modalidad que difiere de la argentina porque incluye un proceso de oxidación que pasa la fruta de verde a negra y la ablanda sin necesidad de salmuera. Permite, por lo tanto, exportarla a Estados Unidos, donde prefieren aceitunas sin gusto a sal. En su momento, los Roemmers hicieron el emprendimiento pensando en abrir el mercado norteamericano. Cuando la inauguraron, en 2002, invitaron al acto a Menem y a Duhalde, que estaban peleados en medio de la campaña.

La otra ventaja de Manzur para quedarse con Nucete era su cargo de ministro. Claramente estaba él en mejores condiciones de renegociar la deuda con la AFIP, entonces conducida por Ricardo Echegaray, que el dueño andaluz o que cualquier otro competidor. Ese pasivo asustaba tanto a Nucete como a potenciales compradores, que llegaron a analizar en ese momento la operación y la desecharon. Entre ellos, Oliovita y Bonafide de Chile, que había enviado incluso representantes a la Argentina para recorrer las instalaciones.

Hay en medio de todo el enredo un hecho que alimenta más las dudas de quienes, como la familia, ven una maniobra orquestada: una fiscalización de la AFIP en 2012. Nucete tenía 83 años. En la AFIP todavía la recuerdan. La entonces directora interina de la regional San Juan, a cargo de ese operativo, era Laura Bologna, conocida de muchos kirchneristas y ex compañera de colegio de Sandra Mattar, la mujer del Manzur. Los objetores del jefe de Gabinete todavía se agarran de esa coincidencia. En 2015 Oscar López, candidato a legislador por el partido FE en Tucumán, lo denunció con el argumento de que la compra tenía una modalidad parecida a la del caso Ciccone. La causa no prosperó.

Manzur compró finalmente la compañía en abril de 2014. Su peso regional no lo eximió de dos investigaciones por presunto lavado. Una de la Unidad de Información Financiera (UIF), que concluyó en 2015, y otra de la AFIP, que se inició en 2016, con Macri, y se cerró el año pasado. ¿Pudo haber tenido la nueva Nucete, como Ciccone, un plan ventajoso para renegociar la deuda? Es lo que en el sector se ignora por el secreto fiscal. Desde el caso que llevó a la cárcel a Boudou, la normativa prohíbe programas de pago diseñados para una sola empresa y que no sean las generales para todos. Consultadas, fuentes cercanas al funcionario no atendieron al llamado de este diario.

Una vez vendida su empresa, José Nucete les pidió a sus hijos que le firmaran a Manzur un aval por escrito. Dos de ellos lo hicieron. Pero Miguel Ángel, hoy dueño de la fabricante de quesos Migue, se negó incluso ante un llamado del tucumano. El episodio entero supone en todo caso un buen recuerdo para la familia, que prefiere no hablar. Sangre emprendedora a la que acaso le faltó aquella condición de los Eskenazi en YPF, la de “especialistas en mercados regulados”. Que no haya habido golpes en aquella reunión de la Secretaría de Comercio tampoco parece una casualidad: los vapuleados de la Argentina están, en general, fuera de los despachos.

Fuente: La Nación