Mientras La Rioja se vanagloria de que Talampaya haya sido elegida como una de las siete maravillas de Argentina, las autoridades todavía no resolvieron algo muy sencillo: ofrecerle un transporte público hasta el parque a los turistas que llegan sin auto a la capital provincial. La insólita situación derivó en un oligopolio de un puñado de agencias, que cobran hasta $110 mil el traslado. EL FEDERAL ONLINE conversó con visitantes extranjeros que se quejaron de los precios.
Antes de la pandemia era posible visitar Talampaya desde la capital sin auto particular y sin necesidad de apelar a una agencia. Era muy sencillo: por la mañana había que tomar en la terminal el colectivo que va a Pagancillo y a la tarde, esperar el mismo micro sobre la ruta, a la altura del ingreso al parque. Había más de un servicio diario.
Pero algo pasó y nadie dijo nada. Como si las condiciones las pusieran las empresas y no las autoridades, hoy sólo hay un servicio de ida y otro de vuelta en horarios que hacen imposible visitar el parque. Primero, porque el micro sale después del mediodía, con lo cual, no siempre llega antes de las 16 horas para la última excursión. Y segundo, porque regresa a las 3 de la madrugada. No sirve.
EL FEDERAL ONLINE se acercó a la oficina del Ministerio de Turismo, frente a la terminal, a consultar cómo visitar el parque sin auto, y lo que reinó es una grosera falta de información. Aunque resulte insólito, las personas encargadas de asesorar a los turistas no sabían qué decir. Luego de 10 minutos de debate entre los tres empleados, se limitaron a entregar un listado con una gran cantidad de agencias, de las cuales la enorme mayoría no hace traslados. E incluso algunos números estaban mal.
Después de muchas llamadas y pérdida de tiempo, dos agencias indicaron que hacían los traslados, pero no fueron capaces de dar un precio concreto. Hay mucha especulación. Todo depende de la cara de los turistas. Es más: EL FEDERAL ONLINE pudo constatar que en la misma agencia pidieron 60 mil pesos a una pareja de porteños para hacer el viaje a Talampaya y Valle de la Luna, y 108 mil pesos a una pareja de extranjeros. En otra agencia, a un turista canadiense le pidieron $110 mil pesos para arreglar el traslado de un día para el otro.
Lo más penoso es que esa pareja de visitantes europeos decidió no ir al parque. Llegaron a La Rioja y se fueron refunfuñando porque se sintieron estafados. Porque no son sólo los $110 mil que les habían pedido, sino que la entrada para extranjeros al parque cuesta $5.500 ($1.500 para los argentinos) y la excursión más barta para un adulto sale $7.700. A eso, para los que incluyen el Valle de la Luna, se deben sumar los $3.500 que deben abonar los extranjeros en Ischigualasto ($2.500 para argentinos).
En otras palabras, una pareja de extranjeros que quiere visitar desde la capital ambos parques debe pensar en más de 140 mil pesos, sin comidas. Alguno podría decir que no es caro en dólares (algo completamente relativo), pero lo que encarece el precio no es la excursión, sino el traslado. Ahí está la trampa.
Pero ojo, también para los argentinos es caro. Porque los autos de las agencias no bajan de $60 mil, a lo que debe sumarse el valor de la entrada a los parques y la excursión en Talampaya (casi $26 mil para dos personas). La única opción más económica es buscar un remís, pero la diferencia no es tanta y el precio no es fijo.
El año turístico arrancó con el pie izquierdo. Muy lejos de las cifras oficiales, por dar un ejemplo, en Chilecito hubo alojamientos que no llegaron al 30% de ocupación en la temporada de verano. Algunos operadores hablan de un cuarto o un tercio de ocupación con respecto al 2022. Con excepción de los fines de semana de La Chaya y el de La Rioja Pádel Open, la ocupación en capital nunca fue plena. Y eso que La Rioja tiene casi la mitad de plazas que, por ejemplo, Catamarca.
No es necesario explicar lo importante que es el “boca en boca” para el turismo. La Rioja ofrece poquísimas opciones para los turistas que llegan sin auto y los encargados de atenderlos en las casetas de turismo no están preparados para proponerles algo que no sea visitar museos o iglesias. Es hora de pensar en ellos.