Cada vez los intereses, los valores, lo que debería definir a la política vale menos y todo gira en torno a las posiciones que ocupan en la grieta. Dos hechos que marcaron la agenda de la última semana son un ejemplo de ello. Entre peronistas, radicales y macristas se tiraron carpetazos, pero ninguno hizo mea culpa.

El primer capítulo lo disparó la publicación de un meme que reivindicaba al ex dictador Jorge Rafael Videla por parte de un funcionario municipal. La propia intendente Inés Brizuela y Doria consideró que se trató de un posteo “fuera de lugar”, pero minimizó el tema y ratificó en su cargo a su autor, Jorge Brizuela Cáceres.

El punto más icónico en esta guerra de carpetazos fue la reacción de Brizuela Cáceres, quien publicó en su cuenta de Twitter una foto de Hebe de Bonafini junto César Milani, acusado de violación a los derechos humanos, y otra de Néstor Kirchner con militares durante una reunión por la Guerra de Malvinas en 1982, como si lo que hubiera hecho el kirchnerismo justificara lo que él hizo.

Y la “batalla” siguió en las redes sociales con la misma lógica. Unos se quejaban por la actitud antidemocrática de Brizuela Cáceres y los otros recordaban la defensa que el kirchnerismo hizo de Milani.

La lección que todos deberían aprender es que la miseria ajena no justifica la miseria propia. La guerra de carpetazos, en definitiva, justifica las críticas de los demás y corre el eje sobre las discusiones de fondo que tanto hacen alta, pero que los políticos sistemáticamente suelen esquivar.

Pero la muy polémica detención de un trabajador el fin de semana por insultar al gobernador Ricardo Quintela es un ejemplo todavía más claro de este triste “juego político” que en esta editorial bautizamos ¿Quién es más malo?

Porque Juntos por el Cambio, que carga en su haber con una enorme cantidad de detenciones por supuestas amenazas a políticos durante la gestión de Mauricio Macri como presidente, salió en bloque a cuestionar el arresto de David Duarte. Y la reacción del oficialismo, en lugar de plegarse a las críticas, fue la de recordar ese pasado y su silencio en aquel entonces.

Nada bueno sale de esta guerra de carpetazos. Lo único que queda claro es que entre nuestra clase política y, posiblemente, en buena parte de la sociedad, prima el “opino según cómo me caiga”. No hay valores de fondo, sino una posición que defender a como dé lugar, cuando la defensa irrestricta la democracia, la libertad de expresión y el derecho a protestar deberían ser causa común de todos los argentinos de bien.

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